competitividad

Nuevo gobierno y reformas estructurales, ¿hay un nuevo debate?

Una de las discusiones puestas sobre la mesa en temas de economía que se abordará y se ha abordado en los últimos 3 sexenios –y un poco más- tiene que ver con el papel de las reformas estructurales. La idea principal sobre las reformas descansa en que éstas deben corregir fallas del mercado que son consecuencia de reformas incompletas, y promover nuevas reformas –véase por ejemplo el papel de la competencia en sectores como el de telecomunicaciones, en el primer caso, y de la reforma laboral y/o energética en el segundo.

No sorprende que el discurso de la falta de reformas sea la base para explicar el deterioro de la competitividad de la economía mexicana, ya que esta falta de competitividad explique el lento crecimiento de la economía mexicana (medido en PIB per Cápita, 1% promedio anual de 1983-2008). Es decir, se ha tendido a generalizar la idea de que la economía no es competitiva porque las reformas comenzadas en los años 80 han sido incompletas y a esto se agrega que aun faltan reformas que hagan los mercados más eficientes (por ejemplo el del trabajo).

Con mayor eficiencia de los mercados, suponemos, la senda de crecimiento alto y sostenido tendería a generalizarse, mejorando los niveles de vida de la población (mayor competitividad garantiza mayor inversión y esta mayor inversión garantizaría mayor empleo). Esta visión supone, por lo tanto, que la causalidad va de una baja productividad –consecuencia de la falta de reformas- a una baja competitividad y, por lo tanto, a una menor tasa de crecimiento de la economía, i.e. son las fallas de mercado –derivadas de mecanismos que interfieren con estos- los que explican el por qué la economía se ha estancado. La respuesta, desde esta perspectiva, es hacer nuevas reformas –laboral, energética, fiscal, etc.

Sin embargo, se ha olvidado la importancia que tiene el manejo de la política económica. En este caso nos encontramos con el manejo de variables como el tipo de cambio (evitar que este se sobrevalue), el incremento de la inversión pública y la promoción de una estrategia de industrialización que se vincule con políticas de financiamiento con el fin de aumentar la inversión productiva. La idea básica que descansa en esta postura es que la acumulación de capital –olvidada en el enfoque de las reformas- es un elemento indispensable para poder generar crecimiento económico. Y contrario a lo que supone la visión de las reformas, la baja tasa de acumulación de capital es la que explica el deterioro de la productividad en la economía y esta el bajo crecimiento.

Sin duda, el debate será muy intenso y es importante observar el rumbo que toman las decisiones de política económica, pues afectarán la senda de crecimiento y desarrollo de la economía mexicana y –más importante- el porvenir de las próximas generaciones.

 

David Maldonado